
Sin respirar durante dos minutos y veinte segundos, Edelmiro Ibañez realiza su último ejercicio.
Cierra los parpados suavemente. Se piensa, el mismo, como el engranaje detrás de las pupilas que descansan en la cavidad de sus ojos. Luego, imagina mover esa maquinaria biológica en el sentido contrario al utilizado normalmente para ver.
Entonces, las cosas, los objetos (inertes y vitales), comienzan a ser capturadas en imágenes no ortodoxas. Por vez primera, las representación del mundo circundante es percibida en su génesis prescindiendo, en principio, de su efecto. Para decirlo mejor, en la forma que se constituye en la actualidad, en el instante.
Cuando el universo cercano adquiere formas no descritas por las tradiciones orales y escritas, Edelmiro Ibañez levanta los parpados dejando que las energías primarias que habitan detrás de las sombras de los átomos y las moléculas, empapen el cauce de la mirada cayendo en caudales de nuevas informaciones. Datos que ni siquiera las ciencias aun han esbozado.
Los engranajes que son motor de las pupilas se detienen. Edelmiro es piedra y es un rosal en el jardín del vecino. Es el helado en la boca de un niño y también la garra del águila sujetando al roedor. Edelmiro es el emperador Inca sintiendo el sol en su rostro y además es la tinta de Shakespeare derramada en el primer boceto de Hamlet.
Mientras las energías originarias se estabilizan, las formas retornan a su estado actual en la forma que los mortales la percibimos, pero algo no ha regresado con todas ellas. Edelmiro Ibañez no ya está haciendo su ejercicio. Edelmiro ya no está.
Mientras veo por la ventana de mi cuarto, hoy, veo un chimango volando sobre los techos y en su pico transporta una de las pirámides de Egipto de su vértice cima. Entonces arriesgo una conjetura.
Edelmiro es ya, el engranaje detrás de mis pupilas. Detrás de todas las pupilas que osaron leer estos trazos.
– Fin –
Calaverita Mateos (Esquel)
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