(Leyenda patagónica)
Por estas horas, muchos nos levantamos tristes por no tenerla más entre nosotros, pero contentos de saber que una vez más ganó la fuerza de la naturaleza.
Según dicen, es propicio para guardar la buena apariencia ante los vecinos y mucho más antes los turistas, no inmiscuirse ni divulgar cuestiones de pueblo que no se condicen con las reglas de la normalidad, más bien, opinan algunos, la reserva frente a acontecimientos sin explicación aparente es de ciudadanos responsables, pero saben que, me cansé y he decidido contar brevemente algo que todos sabíamos, pero callábamos por miedo al que dirán.
La naturaleza en nuestros alrededores y en Esquel, principalmente, nos ha dado cátedra respecto a que ella manda su destino y que intentar frenar su libertad puede ocasionar reacciones memorables. Tal el caso de la Araucaria de la avenida Alvear que finalmente decidió volar y migrar hacia parajes menos hostiles. Algunos dicen que se mudó a Trevelin, otros a Cerro Centinela y, por ejemplo, Cacho Huenellán, cartero de Cushamen asegura que la Araucaria llegó antes de ayer a instalarse en el patio detrás de su casa e incluso asegura que le habló pidiéndole agua por la sed ocasionada por el viaje.
Que Esquel es mágico es algo que no se discute, y en la ordenanza 01/01, es decir la primera desde su fundación, el código normativo de nuestra ciudad establecía lo siguiente:
“…y ojo al piojo con hacerse los gallitos y andar encerrando arboles entre cuatro paredes, ya que saben bien ustedes, ciudadanos che bolós de Esquel que los árboles son libres en nuestra ciudad y no debe interrumpirse su libre tránsito en el ejido municipal, so pena de otorgarle al árbol enclaustrado la visa, más pasaje y costas hacia el paraje que juzgue más amable a sus realizaciones arboriles…”
No hace falta agregar nada más. Desde que nos habíamos enterado que habían decidido criar en cautiverio hace ya varios años una araucaria, sabíamos que tarde o temprano sus carceleros iban a sufrir el peso de la ley sobre sus cabezas, o mejor dicho sobre sus techos.
Sin más, ya estamos anoticiados desde hace unos días que la Araucaria de la Alvear se fue, no está más, ya había amenazando hace una década aproximadamente que se iba a tomar el palo de Esquel cuando nos mostró que podía romper el techo y asomando el cogote de corteza chamuyaba a los peatones y conductores acerca de su pronto raje de esa cárcel de ladrillo que no la dejaba explayarse a sus anchas. Pero el día llegó y la Araucaria huyó de entre los ladrillos y las chapas para buscar mejor vida. La extrañaremos, eso si, como así también los turistas que antes de doblar hacia la estación del Trochita giraban su cabeza a la derecha y expresaban su asombro por la existencia de un árbol encerrado entre cuatro paredes.
No hay moraleja en este relato ni pretende aleccionar a nadie, pero en Esquel hay una ordenanza y una identidad en donde prima la elección de los arboles por sobre nuestras decisiones humanas y el caso de la Araucaria de la Avenida Alvear no hace más que corroborar que nuestros arboles no sólo tienen vida, sino que si le prestamos atención y amorosa mirada, percibiremos su lento, pero libre andar por nuestro pueblo.
Calaverita Mateos (Esquel)
www.calaveralma.com.ar