
Si todos los humanos se miraran una sola vez en la vida, reflejados en una gota de rocío congelada suspendida de una bolita de grosella, justo en el momento en que los gorriones llaman al sol para que despierte, seguramente no existirían las guerras.
Pero somos muy cobardes para mirar de frente a una gota de rocío congelada y, además, demasiado vagos para descifrar el lenguaje de los gorriones que despiertan al sol cada día.