(Dedicada a Don Bonifacio Moreno y su mágico comercio)
Qué pícaro fue Don Bonifacio con su almacén de ramos generales Casa Moreno de Perito Moreno y Ameghino, como nos hizo creer que sólo era un local comercial. Chillaban las bisagras como reclamando una visita al huesólogo de las puertas y ahí nomas de sumergirse en la tienda los aromas entraban a juguetear cambiándose de fragancias, mezclándose los olores, sólo para confundir la napia de los turistas esporádicos y de los asiduos, también.
Los limones y las cebollas se codeaban como vecinos chismosos que sabían serían elegidos para viajar hasta la cocina de algún hogar de la ciudad, ni que hablar de las latas de tomates y demás conservas que se hacían las guapas cada vez, como todos los días, que Don Bonifacio las franaleaba para que no perdieran su coqueta prestancia en las góndolas que, geométricamente, representaban sin que muchos lo supieran los cuadros oníricos de los clientes representados en compartimientos estanteriles hijos de una labor de alquimia y paciencia.
La típica vuelta caminando en el interior de negocio no estaba librada al azar, sino que respondía a una ruta imaginaria trazada por el pillo propietario para ejercer la fuerza centrípeta o centrífuga, de acuerdo a la dirección del andar, que a su vez movían los engranajes de un reloj invisible disimulado en una antigua radio que camuflaba los mensajes provenientes de otros tiempos en supuestas voces de trabajadores de Radio Nacional Esquel. En definitiva, aquel reloj había logrado detener el tiempo o volverlo hacia atrás en la historia, según la voluntad y capricho del anfitrión del local.
Para que contar si ya nadie cree en estas cosas, pero en fin, ahora el negocio ya no está así que no cometo ningún pecado. Los sacos, camisas, camisetas y hasta las alpargatas Pampero no eran simples indumentarias, ni mucho menos, sino trajes espaciales creados por Don Moreno para que cada uno de los clientes se llevaran consigo además de una prenda, un viaje al centro de las ilusiones de los amores perdidos, los sentires anhelados y las querencias por venir.
Y para los ilusos y practicantes de dogmas científicos, es bueno que sepan que esa balanza antigua, de prepotente parada sobre el mostrador no era sino el timón de una nave espacial escondida dentro de un aparente local comercial y cuyas velocidades eran modificadas por la palanca de cambio que se encontraba perfectamente ubicada detrás de la oreja de Don Bonifacio Moreno y que todos creyeron se trataba de una lapicera para anotar los número y cuentas de saldo, debe y haber, pero casi nadie se percató que la libretita era el mapa de la hoja de ruta de una cartografía mágica que nos permitía a los esquelenses y a los turistas poder viajar cada tanto en el tiempo y en la historia de los tuyos, los míos, los nuestros.
* Escrito del 13 de septiembre del 2018