
De una vez por todas debo decirle adiós a mi locólogo, pienso que voy a colgar el diván en el perchero de su consultorio para darme de alta, definitivamente.
Dejo en paz a los Lacanes con manteca y el café freudiano con medialunas para aquellos que recién empiezan a desayunarse la clitoriana percepción de la vida.
Varias veces ya me desplumé los corpiños aquellos que habían acogotado mis perversiones de chocolate y almendras, pero su mirada de pezón serio no deja de colgar sus tetas Woodiealleanas en la ventana de mi lengua con sed.
Mandé a la papelera de reciclaje todos los culos que tallaron mis ojos de Fellini, pero vuelven los muy guachos zarandeando de vereda en vereda esas caderas pedigree que cabalgué como jinete sin cabeza ni candado, pero por algo el sol, la luna y los planetas tienen esa forma y ando yo, sateliteandolas, mientras vuelven a dar vuelta por mi galaxia sex on the beach.
Si, queridos asistentes a este circo sinvergüenza, como los pájaros de Hitchcock, ando revoloteando en sueños las cachufletas rubias, morochas, pelirrojas, enruladas, lacias y con raya al medio, buscando picotear de la saliva de mi desesperado deseo, mientras una manada de besos se me incrustan en la nuca y le hacen ring raje a la entrepierna de mis venas a punto erupción.
Ya ven, creo que me comprenderán, ni los Yo con pantuflas en el sillón, ni los Eyos con sábanas hasta el cogote y ni que hablar de los super yo que andan rengueando racionalidad se la bancaron, más bien estoy convencido que fueron sobornados por el semen de los recuerdos que tiene memoria punto G.
Y aquí me ve, colega, remando en el dulce de leche de las supersticiones, gritando es cosa e’ mandinga esta cuestión de las tangas voladoras, que no dejan de llover erecciones en esta montañita de soledades y renglones de poca monta, que no son otra cosa que sombras de poemas, que aspiran a ser orgasmos de tinta y papel con anhelos de carne y jugo.