Cerca de Esquel, a orillas del Río Percey, más precisamente en la Encajonada, está el lugar al que me refiero.
Es un pequeño, pero tupido bosquecito, compuesto por una clase de arboles autóctonos que pudo escaparse de la clasificación de los biólogos. De sus ramas cuelgan unas lamparitas, suavemente encendidas.
Son como luces tenues, amigables, hijas de las conciencias vegetales que, por suerte, lograron huir de las garras de la cientificismo, el ecologismo y el vegeterianismo, que pretenden alejarnos de la iluminación y sabiduría sutil, que hemos olvidado en el camino espinoso de tantos ismos.
Quienes entran en el bosquecito, vuelven a abrazar los arboles, vuelven a besar cada uno de los pastitos y se convierten, al fin, en Uno con los Unos en el Todo de los Todos.
Calaverita Mateos (Esquel)
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