
El cielo se da un chapuzón en el espejo del alma en movimiento del Arrayanes, que refleja la cabellera tupida, pintada de verdes varios, de las montañas que abrazan el río.
Llego descalzo a la costa, descalzo de posesiones, descalzo de egoísmos, sostenido por las piedritas que masajean las plantas de mis pies, entonces me siento, suspiro y apoyo mi espalda en uno de los pulpos de dulce de leche casero con melena de hojas.
Si supieran en las grandes ciudades, si se permitieran en la histérica Babylon, al menos una vez en la vida, descalzar sus vanidades de plástico, sentar el culo en las piedritas que son el lomo de los duendes del bosque durmiendo boca abajo, y apoyar la espalda en la corteza de dulce de leche casero de un arrayán, tendríamos más sonrisas abriéndose camino a machetazos de amor, entre la hostilidad de las grandes urbes.