Por obra y gracia de la suerte, que amanece cuando menos lo esperamos, antes de ayer muy temprano en la mañana, mientras regaba el césped de las ojeras de mi jardín que, en esta época del año, tartamudea flores y verdor, me encontré una llave vieja, sedienta, gris como los tangos que dejaron de cantarse.
Un rumor de verano me convidó al oído que salpicara con diecisiete gotas y media de agua a la llave que agonizaba en la ranura de una baldosa muerta. Pues así procedí, entonces.
Inmediatamente, la llave comenzó a a aumentar su volumen como así también su altura, tan vertiginosamente que al cabo de unos segundos ya había atravesado una nube solitaria con forma de cerradura. En la parte inferior de la llave de mi jardín observé una puerta.
Entré.
Ya en el interior, comprendí que se trataba de la Llave Poética, instrumento de los viejos alquimistas medievales utilizado para acceder al depósito de la sabiduría de las artes ylas ciencias. Cada escalón representaba un poeta.
Comencé la fatigosa tarea de ascender y a cada paso un nuevo verso anidaba en el tintero de mi memoria futura. De repente, a mitad de camino entre el cielo y el barro, advertí que la labor poética cada vez me resultaba más fácil y que mis pies se endurecían casi como amoldándose a los escalones. Comprendí que cuanto más ascendía al cielo de los poetas, la prosa brotaba en cascada, pero también noté que mi jardín había comenzado a secarse.
Dudé durante dos suspiros y antes de convertirme en un escalón más, emprendí el descenso inmediatamente. Llegué hasta la puerta, la abrí y egresé de la llave con notable agilidad. Fui hasta la manguera, la tomé y comencé a regar el césped, los árboles y las plantas.
La Llave retomó su estado anterior, pero no quise dejarla nuevamente en las fauces de la grieta de una baldosa, así que la llevé hasta la pared del quincho y la colgué de un clavo en un lugar privilegiado desde donde se podía ver el jardín y el cielo.
Han pasado algunos años desde aquel acontecimiento extraordinario. Como escritor, tal vez he logrado uno o dos renglones medianamente memorables que, si el viento sopla a favor, me permitan habitar algunas páginas en los estantes de alguna biblioteca barrial.
Eso sí, les puedo asegurar que el jardín cada vez está más bello y la llave aún permanece ahí gracias a la hidalguía de un clavo que venció el tiempo y el óxido.
Me gusta la Poesía, como así también embarrarme.
Dedicado a Julia Chaktoura
Calaverita Mateos (Esquel)
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