(Leyenda patagónica)
En la Plaza del Barrio Estación, en Esquel, la sobriedad es ley. Los arboles custodian el paso del sol, de las horas y los amores clandestinos. Pocos juegos la habitan. Un sube y baja desteñido, una hamaca que chilla y chilla al compás del viento y el típico tobogán de hierro y madera.
Pero la Plaza tiene su misterio, tiene su historia. Al lado del viejo y gordo maitén, casi escondido detrás de las retamas, se encuentra el Columpio Gris (como lo llaman los vecinos).
Es el único objeto lúdico que los niños por respeto no utilizan. Todos honran el viejo juego que es a la vez sabio como las golondrinas y las cerezas. En cada ocasión que algún abuelito o alguien aquejado por enfermedad terminal monta el Columpio es que se aproximan las horas finales de la vida.
Muchos afirman que el Columpio es un delegado de la mismísima Muerte en Esquel. La semana pasada el Viejo y querido linyera del barrio se despertó temprano. Dormía siempre debajo del banco largo de la Plaza. Dio tres tímidas vueltas a la Plaza y caminó suave, pero firme, hacia el Columpio. Se sentó en la madera roída por los años y tomó las cadenas oxidadas que con hidalguía aun sostienen el misterio.
El Viejito comenzó a hamacarse lento, cerrando los ojos ante la caricia del viento en la frente al ir y en la nuca al volver. Cada vez más alto hasta que su figura bañada de antiguas ropas se confundió con las sombras de las nubes y los vuelos de las bandurrias primaverales. Al día siguiente el Columpio ya no estaba.
El Linyera tampoco. Mi primo, que vive en el barrio Buenos Aires, me llamó recién para decirme que sucedió algo extraño en el baldío de su barrio, al lado de su casa, un viejo con harapos está trabajando solo para instalar un antiguo Columpio en ese predio.
Según parece, la muerte tiene mil caras…y mil juegos.
Calaverita Mateos (Esquel)
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