Sentado en borde de la vereda un arco iris peregrino, confieso.
Aunque los mercaderes de los engranajes de la azotea y los gendarmes del paso del caudal de las simbologías, se agazapen detrás de las sedientas fauces de las calculadoras electrónicas; juro por el mismísimo brillo del pasto mañanero, besado por el ala del rocío, que nunca voy a dejar de volar en el océano de la imaginación con mi balsa de maderas hecha con lapices de colores infinitos.
Caminar los cielos con este submarino burbujeante es, sin dudas, la vida misma.
Calaverita Mateos (Esquel)
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