Hoy a la mañana, con la resaca rascándome la espalda, pasé por la esquina de Alvear y Darwin (Esquel), y casi como un chiflido de un fantasma sentí la sensación que desde aquella ochava se me convidaba a detener el auto y bajar.
No se si tristeza era el sentimiento, pero puedo arriesgar melancolía untada con un poco de dulce de angustia.
Un tsunami desbocado parecía haber pasado por allí comiéndose los ladrillos, ventanas, columnas, techos y cientos de historia que sólo el viento de la patagonia guardará.
Las casas nuevas a su lado, el prepotente edificio nuevo de tribunales, parecían mirar hacia otro lado, como testigos no convocados a un juicio sobre la desaparición de un pedazo de vida de Pueblo.
Mi timidez manifiesta siempre le anduvo tacleando a las ganas de chusmear de cerca aquella esquina. Cualquier paso por aquellos lares me obligaban a relojear de reojo o, en muchas ocasiones, bajar la velocidad del auto para poder mirar más allá de los arbustos.
Me preguntaba cuantos años tenían esos aleros de metal que vigilaban los ladrillos que, con hidalguía de concreto, sostenían la historia de historias de una esquina que había olido tal vez la vida completa del Esquel.
Me duele el pasado que nutre este presente por no haber tenido la valentía tiempo atrás, de bajarme a sacar fotos, charlar, grabar, filmar a la familia que vivía ahí, caminando ese jardín, percibiendo el aroma de la historia con la greda, el mallin y el arbusto robusto que aguantó hasta el fin, pero no lo hice y, ojalá, estas lineas me conviden a saber qué familia vivía allí y detalles de aquella antigua esquina de Pueblo que se la llevó puesta el tiempo.
Se que esta tristeza va a darme la nafta para encarar un proyecto audiovisual que rescate el patrimonio arquitectónico de la ciudad, ya que los Pueblos son huesos, alma, carne, alma, verde, ladrillos y alma.
Calaverita Mateos (Esquel)
www.calaveralma.com.ar