Archivo del Autor: Calaverita Mateos

🧉🌿 Mates que hablan 🌿🧉

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Tengo una congestión en el pensamiento y en esta mañana de mates psicoanalistas, estornudo mis conjeturas sobre la nuca de Doña certeza, que se da vuelta enojada para decirme que para las dudas e incertidumbres existen los pañuelos de tela debo.
La bombilla lacaniana y el termo freudiano se hacen los intelectuales mirándome de reojo, mientras galopo con los dedos por las teclas de la compu, pero no les doy bola, bien sabe la yerba en el mate que más vale caballo regalado en mano que cien dientes volando.

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La Trochita

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Recorriendo con Lely Castro el hermoso viejo expreso patagónico La Trochita Chubut nos encontramos con el gran #cantautor de la #música#PatagónicaEduardo Paillacan

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🧐 Leer la vida 🧐

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Aún tengo atragantado en el pescuezo de mis bostezos el sabor del ring ring verdugo del despertador; ese mal parido artefacto que, sin moral ni ética, volvió a sacarme sin permiso las sábanas de las pestañas de un solo manotazo.
Mientras tomo el ante último verdolaga, me espera el jardín de casa con una helada pulenta que me mira y se para de guantes, como preguntando prepotente:

“Che, gil, cómo andás de la cadera pa gambetear dos o tres resfalones pulenta pulenta?”

No hay trueque con la modorra, las pantuflas se escondieron debajo del sillón y el sofá me da dos palmadas en la espalda.
Si, señor, basta de mañas, hay que salir al mundo a ponerle el pecho a las obligaciones ciudadanas, ya me duelen los trámites, se me retoban los callos plantales de sólo pensar en las colas bancarias y ese mormón actor que guardo en el bolsillo callejero ya empezó a asomar sus manos y anda el sinvergüenza desparramando saludos falsos por el filo de los cordones de las calles.
Qué lo parió, chaval, qué duro está el cemento esta mañana, ni un culo a lo Fellini se atrevió a rodar por las veredas de mi ciudad para regalarme un suspiro de esperanza.
De repente, desde arriba, como un proyectil vestido de plumas, un gorrión corajudo se precipita delante de mi, me obliga a detener la marcha, y de un saltimbanqui caza con el pico un pedacito de galletita que estaba en el suelo, sube agitando sus alas entre la apatía ciudadana hasta el filo de un techo, entre la chapa y la madera. Asoman tres piquitos de pichones, luego unos ojitos que aun no despertaron, se empujan, pian, pian y su madre les da de comer migajas a cada uno, equitativamente, cuando de repente un señor que habla con un celular caminando me choca y enojado me dice que avance y qué carajo hago parado en el medio de la vereda del centro de la ciudad mirando para arriba a la nada misma.
Volviendo a leer la vida, contesté.

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