
En Esquel, con un grupo de amigxs nos reunimos todos los 33 de agosto en la cima del cerro Bandurria, ese que va y viene de acuerdo a la cantidad de copos caídos el invierno anterior.
Allí arriba, hacemos una pirámide humana cuya cúspide la ocupa una vez cada uno de los integrantes de ese grupo de amigxs, esperamos la hora en que el sol bosteza mañanas y la luna pestañea despertares, cuando las bandurrias regresan de su migración.
Estas aves siempre pasan besando el cerro que lleva su nombre y cuando nos ven se acercan tanto, tanto, que una de sus alas roza la mano del afortunado que ese día le toca estar en lo alto de la torre de mujeres y hombres.
En ese roce entre las plumas y la piel, nos enteramos si las utopías y las esperanzas aún andan vivas en otras tierras lejanas y, de esa manera, descendemos cada año, hasta la actualidad, a compartir las buenas nuevas con los vecinos y vecinas de nuestro pueblo, que todavía se tejen sueños de paz y amor, más allá de nuestras montañas y mesetas.
En Esquel, la migración de las bandurrias es el modo en que la magia y la vida escriben poesía en nuestros cielos.