
Una flor de Aljaba decidió soltarse de la mano de la Planta que la crió, navegó las brisas frescas mientras el lago Futalaufquen la saludaba, el río Arrayanes le guiño un ojo de agua y el lago Verde le enseñó el arte de la elegancia.
Al cabo del día, algo cansada por el vuelo, se dejó enredar en el cabello de una niña que lloraba la ausencia de su abuela, aquella que la hamacaba en su falda mientras cantaba canciones nórdicas.
La pequeña tomó la Flor entre sus manos y la besó, cerró suavemente los ojos y sonrió.
El arduo trabajo de los lagos, ríos y el viento patagónico está tallado en la sonrisa de una niña.