
Me sopla la nuca el aliento de la resaca de un Cabernet y las finas hierbas, la almohada respira un perfume que ya no está y la cama tiene varias leguas entre mis huesos y el borde.
Cepillada de colmillos gastados de hincar cuellos ajenos, expulsión de legañas que juntan sedimentos de amores perdidos en sueños de noches de princesas arrabaleras.
Pantuflas con poco esmero en despegar del suelo al caminar y una radio difónica dispara tangos de arrabales lejanos.
Mala manera de empezar un domingo si querés crear fama de Brad Pit en peluquerías de señoras que leen revistas de chimentos, por no llorar.
Pero es así en mi barrio, nos juntamos en las esquinas a firmar el acta fundacional del Club de Los Viejos Chotos Argentina Vida Club.
Pero no piense, señor Escribano, que renegamos de estas tareas, sino más bien le digo, mientras me acomodo las bolas debajo del pijama, que es una identidad muy bien definida y que a veces, en algún desliz, se nos cae un poema que justifica la Anatomía Dominguera de un viejo Choto.