
La calentura no nos dio tregua para alojarnos en algún sitio más cómodo, decidimos el almuerzo desnudo en su auto con vidrios polarizados.
En el interior del coche los animales, fuera del protocolo y las buenas costumbres, las manos se multiplicaron por decenas, desbocadas, mientras los labios sin bozal se mordían ciegos y salvajes con la sed de un desierto buscado.
Como una Nadia Comaneci en su mejor época, ella se deslizó hacia el piso acurrucándose entre mis dos piernas, desabrochándose la camisa, dejando sus tetas mirándome con sus pezones fijamente a la par que desabrochaba la cremallera de mi pantalón con la velocidad y violencia necesaria del caso. Sus labios y lengua realizaron un trabajo de arquitectura, mojando, empapando, hasta que las venas fueron ríos de lava.
La levanté tomando sus brazos, regresamos al enjambre de besos y abrazos sin norte, la di vuelta, se dio vuelta, apoyando su abdomen en el respaldo del asiento delantero, bajando su pantalón y bombacha, realicé, a la misma velocidad el trabajo arquitectónico que ella había efectuado, pero en esta ocasión sólo mi nariz y el final de su columna vertebral establecieron el freno, al tanto que sus nalgas tomaron mis mejillas, obligando a mi lengua danzar sin coreografía entre sus labios empapados de agua espesa, rica, brotando de lo profundo de la fiebre interna de la mujer.
Me levanté de la manera que pude, tomé sus pechos con ambas manos y casi, como piezas de puzzle en encaje perfecto, entré; mis glúteos al compás de las piernas hacían de bomba de agua extrayendo de mis adentros el licor de espeso, suave y blanco claro que brotó sin filtro hacia su universo, mientras mientras yo apreté los dientes y cerré los ojos con fuerza, ella gimió apoyando una de las manos contra el parabrisas, mientras una agente de tránsito la ve, me ve, nos ve, queda inmóvil, no avanza, no sabe si poner cara de sorpresa o enojo, disimulando envidia.
Nos vestimos, salimos del auto, caminamos hasta el cajero del banco, retiramos el dinero, nos saludamos, olvidamos intercambiar nombres, teléfonos y direcciones, cada uno se fue por su rumbo.
Hay trámites que no deben dejar de hacerse.