
Hay dos brujitas de peluche sentadas en la vereda de la sombra de un recuerdo que ya es sombra de ese recuerdo.
Hay escobas de galleta crocante y dulce de leche que danzan al son de un silencio que habla de ecos huérfanos.
Me preguntaron dónde queda ese lugar y les dije que, para apreciarlo, hay que cerrar los ojos suavemente y mirar hacia adentro.
Precisamente en el rincón de los suspiros que lloraron los sauces ancianos.