
Mi psicoanalista dice que debo dejar de pensar en la mujer que amo y que me gambetea el corazón desde que tengo uso de razón.
Mientras le seguí como conejo a la zanahoria, me aconsejó dedicarme a la huerta y olvidarme de ella.
Entonces, seguí minuciosamente sus ordenes, fui hasta la quinta en el patio de casa, tomé el tallo verde y extraje de la tierra un par de zanahorias y al observarla comprendí la pifiada de Freud y Lacán.
El psicoanalista no sabe nada del desengaño, solemos ser unos zanahorias enamorados y ella aun me sigue gambeteando.