
Anoche llegué tarde a casa y cuando intenté ingresar, me di cuenta que la puerta estaba cerrada por dentro, me asomé por la ventana y comprendí.
En la mesa de la cocina estaban mi Yo, mi Super Yo, mi Eyo y mi Qué se Yo jugando al truco, riendo y bebiendo whisky.
Les golpeé la ventana y les hice un gesto de disgusto, como diciendo que se les había ido la mano, pero me miraron entre socarrones y superados.
Les exigí que me explicaran el motivo de tal actitud y mi Yo dijo:
– Yo: Nos enteramos que querés abandonar tu terapia con el décimo quinto psicoanalista.
El Super Yo continuó:
– Super Yo: No era momento para dejarnos sin esa asistencia psicológica, cagón.
el Eyo agregó:
– Siempre venimos bien laburando todos juntos y vos la cagas.
Finalizó el Qué se Yo:
– Que se Yo: Má si, no es tan grave, entrá nomá.
y me abrió la puerta.
Todos estaban medios choborras así que les dije que salieran un rato afuera a despejarse. Cuando ya estaban en el jardín, cerré la puerta, los dejé afuera y llamé a mi psicoanalista inmediatamente, le dije que mis Yo, Super Yo, Eyo y Qué se Yo se me habían retobado y casi tengo que pernoctar afuera.
– Psicoanalista: es que está usted muy cansado y agotado de tanto trabajo, acuéstese, descanse y venga en mi primer turno.
– Calaverita: Y que hago con ellos.
– Psicoanalista: Querido, querido, querido, no le haga caso a las ficciones de su cabeza.
Me contestó y colgó el teléfono.
Pensé unos segundos y fui hasta la puerta, abrí y les dije a todos que entraran, se cepillaran los dientes y se acostaran a dormir, que el día siguiente seria otro cantar.
A la mañana siguiente, temprano, bajé a la cocina y el Yo me había preparado el desayuno, el Super Yo entraba con medialunas calentitas y el diario, el Eyo regaba las plantas y corría las cortinas, en cambio, el Qué se Yo dormía profundamente.
Gracias, les dije. Llamé por teléfono a mi psicoanalista y le dije que cancelaba la terapia, estaba totalmente reconciliado conmigo mismo.