
Hoy, al descorchar el día, me amanecieron contentos y a flor de piel varios de los gajos de este corazón nómada.
La sábana decidió por si misma envolver el rostro del sol que recién se cepillaba los dientes, luego de dormir muy poco tras una noche de juerga con la luna y dos cometas.
Las patas de la cama en un trote compadrito, sacó a pasear a mis sueños y mis huesos por la huella que dejan los gorriones en el aire, entre las semillas de los tréboles de cinco hojas y el nido donde descansan los pichones que algún día serán el respirar del fuelle de algún bandoneón.
No es que la edad venga con un bonus track sensiblero, pero si puedo asegurar que al bajarme del somier en la esquina de un charco de barro y el reflejo de la nieve en una vieja tapita de gaseosa panza abajo, me esperaba un hada montada en una bicicleta de hojas de sauce y ruedas de guinda.
Que me perdonen los escritores de cuentos infantiles, pero esta hada, la que rascó la espalda de mis fantasías de niño, hoy llegó en minifalda y top less a murmurarme las notas musicales que vierte el viento todas las tardes en la vieja puerta del jardín de una abuela que riega las plantas y nuestras esperanzas.
Me arremango las vergüenzas y le cierro con fuerza la tranquera a cualquier pretensión bijouterie Paulo Coheleana que se quiera colar en estas palabras, pero no por ello voy a dejar que se exilien de mis dedos y estas teclas un cardumen de verdades que vienen con flor y truco desde el mazo de nuestra existencia.
Así es, doña, así es, compadre, aunque le parezca un guiso de desbarranques de la croqueta esta confesión matutina, sólo le digo que me crea un par de cosas, solamente.
El Hada tetona realmente existe y aun me rasca la espalda mientras termino de escribir una cursi sentencia que, sin dejar en la banquina a mi amiga la tristeza que riega las raíces del Arte, le aseguro que suelo despertarme maravillado con el mundo que tenemos, soy el primer amante de la magia que está salpicando cada átomo que nos observa, que nos transforma y que transformamos.