
La fiaca del domingo es un monstruo fuerte y pisa grande, te enreda las pestañas con la almohada palenque, mientras las sábanas despliegan sus alas para hacer sombra sobre las lagañas que se amontonan en patota disidente. La persiana tiene varices en sus biceps de madera de tanto resistir los cuadriceps de los rayos del sol que, obstinados, empujan para despabilar los ronquidos V8 y nafta infinia que provoca temblores en las vigas del techo, pero de repente, el alma gasolera que andaba coqueteando afuera se lanza un clavado en mi cuerpo y despierto. Buen día, mundo, chau hasta mañana, fiaca.