
Corta un pedazo de pan medio duro con las manos y le chanta dulce de leche como para el campeonato, mientras los palitos de yerba juegan a la mancha en la superficie del mate, como escapando del chorro caliente de la pava.
Pirincho, niño trucha sucia de pantalón viejo y zapatos tres números más grandes, conversa sin hablar con el sol que despierta esta navidad apoyado ambos en el vidrio enclenque de la mansión de chapa, cartón y maderas.
Anoche comió con su familia un pollo con pan casero y jugo en sobre, un manjar sólo permitido para la fecha especial.
Sale a trabajar, no tiene jefe ni patrón, hoy también tiene sacarle la mugre a los vidrios de los autos que separan la pobreza de una mano con celular y otra al volante con el culo en un asiento lustrado e impecable.
Bebe agua de una canilla oxidada inclinando su cabeza, mientras ve gente bien con ropa bien, como sus miserias bien enredadas en alhajas que hacen más ruido que sus panzas llenas de los mejores manjares, de los más exquisitos champagne, subiendo a duras penas las escaleras de la iglesia con sus cruces a la vista de la otra gente bien, van a lavar sus culpas bien, borrachas de sidra y postres caros.
Pirincho no les guarda rencor, sino lástima, cree que tanto maquillaje en la piel les ha embadurnado hasta el pensamiento y ha cegado sus corazones.
Esta noche, las señoras bien comerán las abundantes sobras de los banquetes cristianos, mientras unos señores en la televisión hablan cosas de señoras bien para que estén bien las señoras bien.
Esta noche, Pirincho llevará con suerte unos fideos y una lata de tomates para meterle los huesos del pollo de la navidad y cocinar un alto guiso a su familia.
El niño Jesús hace rato que no aparece a repartir la cosa, más o menos decentemente y nosotros, y nosotrxs con la panza llena y medios con fiaca fingimos la paz, deseándonos un egoísta felices fiestas, ignorando el mar de Pirinchos que despeinan su pobreza frente a nuestras almas con vidrio polarizado.