
Y en la miga del pan aún saboreaban la esperanza.
La puerta, ciega, sorda, fría, del supermercado se abría hacia un infame mar de manitos sucias rasguñando algo de las inalcanzables góndolas limpias.
Y en la miga del pan aún saboreaban la esperanza.
Las bellas plazoletas de nuestras avenidas eran trenes tristes donde los Changarines bebiendo su champagne en cartón con sushi de mortadela, esperaban bajo el cobijo de los gigantes de madera y hojas, que algún pudiente les tirara en la cara una changa para yugar medio guiso mas en el mes.
Y en la miga del pan aún saboreaban la esperanza.
Éramos tan hijos de puta que naturalizamos la miseria haciendo humor desvergonzadamente asqueroso con el infame ¿tiene pan duro?.
Y en la miga del pan aún saboreaban la esperanza.
Los arrabales con casas de naipes de chapa y cartón, en equilibrio, sostenidas por el amor de un mate lavado y unos mocos con frío, esperando que el soplido del lobo invierno no tire abajo el sueño de las familias.
Y en la miga del pan aún saboreaban la esperanza.
Seguimos viendo documentales sobre la pobreza en hermosos plasmas cual ventanas hacia las grandes urbes de nuestro país y del mundo, barriendo debajo de la alfombra nuestras miserias cobardes que no quieren mirar a los ojos a la memoria vecina.
Y en la miga del pan aún saboreaban la esperanza.
Dame la mano, hija, toma este trozo de miga y recuerda lo que papi te cuenta, esto también fue tu pueblo y te prometo por esos rulos que se enredan en el dulce de leche, que no dejaré que el olvido y la decidía vuelva otra vez a Esquel, y en el ricor del pan diario, siempre recuerda, mi amor, que en la miga del pan aún saboreamos la esperanza de la dignidad.