
Como jugando a la mancha, huye la lluvia y sus pecas de agua con melancolía, mientras el sol estira sus pestañas de amaneceres y las enreda en los postigos de la ventana de mi escritorio.
Entonces, pega un tirón desde el centro de la galaxia y se abren los dos párpados de madera de mi ventana, se asoma una aún niña flor de cerezo junto a sus amiguitas que acababan de finalizar el juego de la mancha con la lluvia pasajera, pero no tienen deseos de desayunar rocío ni beber rayos de sol, pero si de cantarme suavemente la ópera de los obreros anarquistas que soñaron el mundo sin dios, patrón ni postigos de madera ni puertas con llave que me nublen la mirada de los textos de amor y fraternidad.
Creo que la televisión, la radio y la telaraña de doña internet no hablarán hoy de este amanecer, como tampoco de los amaneceres con poesía, ya que el mundo tiene miedo de la revolución de las almas, sobre todo en mano de las armas de una niña flor de cereza y sus amiguitas que, con sonrisas y aventuras, se atreven a abrir sin permiso los postigos de nuestras perezas para enseñarnos, jugando, que el rojo y exquisito sabor del fruto está próximo a cantar esta ópera en la boca de los que aún sueñan con la libertad.