
Las injusticias, las guerras, el hambre del mundo, parecen haber tallado el techo del cosmos que cubre la Patagonia, como una invisible gubia que moldea en silenciosos golpes una cascada que no cesa de bañar los pueblos.
La existencia propone sutilmente una cartografía, una hoja de ruta en un idioma que desconocen las academias e ignoran los ojos de la poesía, unos trazos escritos en la piel de cada una de las gotas de aguas de la incesante lluvia, a la cual se le cuelan copos de nieve vestidos de cristalinos caleidoscópicos diseños que escriben y completan el mensaje a descifrar.
Los sufrimientos de la humanidad han colapsado esta mañana en el sur de los sures, las angustias condensaron sus pesar hasta ser lagrimas que bañan mi ser, inundan mi estar, se posan en los parpados y caen, serpentean las penas mi piel hasta el barro del jardín donde he sido bendecido con el don de la lectura existencial.
No es sólo lluvia y nieve lo que nos habita hace dos días en la Patagonia, sino la tinta transparente de la historia de la humanidad que, en su sufrimiento, encontró una grieta misteriosa por donde intentar explicar el caos y su orden preestablecido. Pido disculpas al mundo todo, me arrodillo llorando y deshaciéndome en ese mapa de agua y hielo, pero al mismo tiempo que el universo se me revela en su compleja intimidad para que, al tiempo que traduzco la verdad suprema, se que hacerla legible en todas las lenguas de los mortales, inmediatamente la vida se secará, dejaremos de ser ni siquiera el sueño de este sueño.
Hace dos días que llueve en la Patagonia, dicen los medios de comunicación, y las gotas que se desgarran gritando la furia de los dioses, en caída sobre el vidrio de la ventana, sus gritos que sentencian mi cobardía.