
Soy una lagrimita, hija de una pena, soy una una lagrimita, hija de una risa, que se desliza por la mejilla de la montaña vestida de arroyo enredandose en las raíces de los árboles que beben el sol, que paren hojas, que pare brotes, que en primavera se abre al universo en flor, para que aquel pájaro, en verano, bese la cereza que le dará el vuelo hasta el nido donde alimentará a su pichón y cuando éste vuele solo, las alas añejas de tantas migraciones dormirán sus párpados para siempre, acostando sus plumas entre las hojas secas del bosque y la tierra húmeda que lo abrazara hasta que aquella ave sea humus, tierra, pasado, presente y el alimento de las raíces de aquel árbol al lado del arroyo, que agradece al sol, mientras su follaje al viento saluda a la montaña con azúcar en su cresta, para agradecerle la lagrimita de pena, la lagrimita de risa que, cada vuelta al sol, se viste de arroyo, para darle de beber al árbol, que brindará su cereza al pájaro, que parirá alitas nuevas al mundo, para luego ser el amanecer de las raíces, junto a las hojas, junto a la tierra, en ese romance circular de la vida y la muerte, que muere y renace y que nos enlaza sutilmente para enseñarnos que somos nosotros, pero también somos esa lagrimita, ese arroyo, esa raíz, ese árbol, la cereza, el pájaro, el sol y el universo infinito.