Sus ojos ofician de anzuelos, ella es capitana en mis sueños sin timón y su nariz, si bien muchos cirujanos inescrupulosos querrían domarla, es la explicación sin explicación de su bellezor, , de esas napias que la posmodernidad ha intentado hacer caer en las sombras, en vano.
Rara, como encendida, escucharla con su voz que salpica una extraña mezcla de somnolencia y sensualidad, es como sentarse en el salón vip de la fiesta del deseo.
Rara, como encendida, quisiera ser elegante y decirle sólo que me gusta, pero mientras lo pienso ya es tarde, y aterrizo sin cinturón de seguridad entre sus tetas, mientras surfeo los labios de sus piernas para cruzarnos sin escrúpulos a puro mimos desesperados de remolinos, pieles confundidas, carnes que parecen caníbales y resucitar para comerse nuevamente.
Rara, como encendida, ella, es un disparo entre las dos cejas de los enamoradizos, pero siempre se va.
Ojalá, luego de alguna de esas noches de lucha libre en el somier de los Coginson, al levantarse para despegar, se olvide de los olvidos y nos olvidemos de olvidarnos.

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