
En el fondo de la botella de nuestras vidas quedan dos gotas de licor de esperanzas. En el mostrador del purgatorio, con el codo atornillado al pasado y la garganta sedienta de porvenir, ni el Barba nos fía media vuelta más en la calesita.
Las ventanas de este bar casi ni parpadean y de la puerta de madera gastada por los látigos de las agujas del tiempo, cuelga un cartel herrumbrado con una flecha indicando hacia el suelo en el que apenas se lee “Bienvenido al Infierno”.
La historia de las cruces, los ritos y los santos nos dan la espalda, mientras el capitán Existencia que anda con pata de palo, nos palmea la espalda con su garfio de papel.
Ya no hay monedas en esta billetera agujereada, ni las patas me tiemblan cuando la Parca me pica el boleto para el último tren que tomaremos en este circo.
Me acomodo en la última butaca, asomo la vista por la ventana y en la noche sin luna ni fe, alcanzo a ver el nombre de la estación y el anuncio de la siguiente parada:
«Estación agonía. Próxima descenso, estación Muerte, Chau, Fuiste”
Que imaginación