
Desde las esquina donde se juntan las calles que olvidaron a las esquinas y sus faroles, vienen en fila pareja, como mormones de mañana de domingos, los paladines del buen vecindario a desparramar a discreción dos decenas de teléfonos modernos, novedosos, pero que curiosamente no tienen marca, tampoco elegancia.
Tienen estos teléfonos unos carteles escritos en letra del alfabeto griego:
“En este mundo tan hostil, hay que hablar mucho y estar más conectados con tu prójimo”
Pido gancho y me agacho detrás de un tacho, mientras me sacudo la caspa de mis buenos modales, manoteo la tranquera de este barrio que huele a oficina de rentas recién inaugurada. No me quedo.
Me voy hacia otras ochavas más prometedoras, donde la soledad y el aislamiento voluntario no son vistos como hijos del pecado, sino mas bien, medicina vital del alma.
Ya hablé demasiado. Hasta luego.