
Adoro la Noche, en ella no se cobra offside y las tranqueras ajenas olvidan sus candados abiertos.
Amo el Día, porque me sujeta del pescuezo, mientras sacude la almohada de los sentidos y sus plumas hacen estornudar las diversidades que la necia negación se empeña en ocultar.
Ambas, la Noche y el Día, nacieron para jugar el eterno e infinito picado en este rincón del potrero universal.
Aunque salen a ganar con todos sus jugadores a la cancha, sus destinos buscan el empate, el equilibrio de la vida.