“Una esquina que cotiza en Bolsa”

(Recuerdo de uno de los comercios históricos de Esquel – Escrito el 3 de noviembre de 2016)

Quien conoce la Patagonia sabe que aquí el viento no es sólo viento, sino también el lenguaje de la memoria salvaje que indomable corcovea en rulos de aire embrujados para no ser domesticado por el progreso que se empeña en borrar con el codo de sus supuestos avances las historias que escriben las manos de los pueblos.
Así lo viví esta tarde en Esquel, cuando llegando a la esquina de Rivadavia y 25 de Mayo el mismo viento me murmuró su tristeza de madera y ladrillo, de baldosa y cordón de vereda. Poco a poco, lentamente, como un rompecabezas al cual sus piezas se le van jubilando hasta desvanecerse en la ochava, las piel de la Bolsa de Ski es una crisálida que deshoja su pasado para renacer en cuadras cercanas de Esquel.
Mientras tanto, los comercios siguen facturando al ritmo del “clinc caja”, los autos tosen petróleo por sus caños de escape y el tendido eléctrico enreda mis pestañas para atosigar mi vista que busca cielo para respirar; pero el viento patagónico es sabio en las tardes y escribe con tinta de tierra y hojas secas en las páginas de la bocacalle más emblemática de nuestro lugar los nombres de los miles de pasos que “andaron” la vereda de la Bolsa observando esa tabla de esquí deseada, aquellos primeros skateboards que prenunciaban el futuro en la visión loca y adelantada del Flaco Bourbón. Cuántas cañas, tanzas, cucharitas y moscas parecían jugar con maniquíes que nos observaban cancheros desde la pecera vestidos con buzos de colores que alegraban el centro, y cuántos padres, hijos y nietos saben que hicieron roncha en presumiendo en la esquina alguna pasadita de un amor anhelado.
Los comercios buscan como objetivo su lógica ganancia, sobre todo en las grandes ciudades, por suerte en Esquel algunos negocios además se abrazan a sus vecinos y dejan surco de afecto y amor en las páginas de su identidad.
Quienes conocen la Patagonia saben muy bien que el viento no es sólo viento, sino también el lenguaje de la memoria salvaje que indomable corcovea en rulos de aire embrujados para no ser domesticado por el progreso que se empeña en borrar con el codo de sus supuestos avances las historias que escriben las manos de los pueblos.
Las esquinas son esquinas y, también, vértices mágicos de las ciudades, por donde se filtran las proezas, los amores, los rincones desde donde las historias tejen la historia que nos «historéa» cotidianamente.

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