Por cada latido del corazón de una libélula, dos notas de un triste bandoneón lejano bajan en forma de lágrima por sus mejillas.
Ella llora los besos de miel con los cuales su amante, ayer, pintaba de poesías y pan dulce las casas del barrio que la mira con compasión, pocos comprenden su dolor, sólo un viejo, un marinero, músico jubilado y viudo la salva de vez en cuando.
Es el más anciano del pueblo que cuida su jardín y un pequeño estanque con flores y juncos. Ambos no se conocen y, tal vez, jamás supieron el uno del otro, pero los domingos en las mañanas el mima su añejo bandoneón al lado del estanque, cantan los zorzales, los gorriones vuelan y danzan mariposas y libélulas, las notas se escurren por la ventana de la cocina de ella y las esperanzas vuelven a parpadear.
Por cada latido del corazón de una libélula, dos notas de un triste bandoneón lejano bajan en forma de lágrima por sus mejillas.