⏳El reloj de la Bolsa de Ski⏳

Se trata, si me permiten contarles, de un reloj discreto.Tallado en madera de alerce milenario, agujas de oro para las horas, plata para los minutos y agujas de cobre que rigen los segundos, parentemente sin dueño ni constructor conocido, este engranaje del tiempo se encuentra. Ubicado en uno de los bordes de la ventana de la esquina de la Bolsa de Ski, debajo de una baldosa floja que ningún gobierno municipal ha osado arreglar para que este instrumento ancestral siga cumpliendo su amorosa función social. Además, el querido Flaco Bourbon, era uno de sus custodios y quien lustraba todas las mañanas, antes de abrir la Bolsa, para que los adolescentes supieran el lugar exacto donde se ubicaba la herramienta que buscaban. Este reloj tenia (tiene) una peculiar característica, cuando una pareja de adolescentes se besaban por primera vez y sentían el vigor del universo corriendo en sus venas, la pareja en cuestión asistía hasta la esquina de 25 de Mayo y Rivadavia. Disimulados entre una barra de amigos que oficiaban de campana y distracción sentados en el borde de la ventana, la pareja levantaba la baldosa floja, introducía un dedo y detenía el galope de las agujas produciendo una marca de fuego pequeña en ese preciso instante en la planicie donde giran y giran las flechas del tiempo. De este modo, ese beso primero, quedaba registrado en el misterioso reloj con las iniciales de ambos, perpetuando el amor hacia el pasado, futuro y cobijando el presente. Luego, el reloj encaraba nuevamente su rustica y eficiente labor en la espera de nuevos aventureros del primer beso, del primer amor. Los historiadores aseguran que hay tantas marcas de fuego como parejas se formaron en Esquel. Otros historiadores menos académicos, aseguran que algunos sinvergüenzas realizaron varias detenciones del tiempo en aquella famosa intersección con la excusa de llevar dos e incluso más novias en una sola tarde. Hay veces que en la esquina de la Bolsa de Ski, en Esquel, uno puede ver algunos ancianos y ancianas solitarias que se detienen en la esquina por un momento, cierran los ojos y se esfuerzan por escuchar en medio de ruido de bocinas y motores un ruido que les devuelva el sentido de la vida. Esos viejitos paran en esa esquina para escuchar el Tic Tac del engranaje que les recuerda el primer beso. Que les recuerda el primer amor, el tic tac que nos recuerda que aún estamos vivos.

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