
Estoy profundamente convencido que la infinidad de viajes y kilómetros recorridos en autos, colectivos y aviones, cuando era chico, sentado en el asiento de atrás del auto, siempre mirando por la ventana, en silencio, hacia afuera, obraron como un viento salvaje de educación inconmensurable, desplegando la fantasía e imaginación hacia el infinito.